sábado, 24 de diciembre de 2011

¿No robarás?


Mi hijo, Ramón, cree en Papá Noel. Pero seguro sabe que los que compramos los regalos somos los padres. Como te pone caritas entrás en la duda: ¿está ilusionado o es parte del show?
Íbamos los dos en el 317 de Casanova, a la siesta, nosotros solos con el chofer, cuando me larga:
-Papá: ¿te puedo preguntar una cosa?
-Sí, sí. Claro. Por supuesto.
-Yo te voy a querer igual –me aclara antes de disparar- ¿Vos sos ladrón?
Casi me ahogo con mi propia saliva. El chofer nos mira por el espejo retrovisor. No sé si es por el escándalo que hago al atorarme o porque escuchó la pregunta de mi hijo. Después de renegar un rato y con los ojos colorados y bien vidriosos le pregunto por qué piensa eso. Sin perder la compostura mi nene se remite a los hechos:
-Trabajás de noche. Estás todo tatuado… Y sos negro.
“Sos negro”, me dice serio y afirmando con la cabeza. Después se tienta un poco de risa. Vuelvo a tragar saliva. Suspiro hondo y, con las cejas arqueadas, le explico que trabajo de noche porque escribo de noche; que mucha gente se tatúa y no por eso es chorra; y que más vale que se entere ahora antes de que se crea cualquiera pero él también es negro.
-Nooo… -niega con la cabeza serio, muy serio- Yo no soy negro.
Cogoteo para contradecirlo con un mudo “siii… lo sos”.
Ramón insiste apenas pudiendo contener las carcajadas:
-Nooo… -y cambia la conversación de repente a otro tema suyo de vital importancia- ¡Ya se lo que le voy a pedir a Papá Noel!
-¿Qué cosa, hijito?
Ramón se pone a saltar rodilla al pecho sobre el asiento para gritarme emocionado:
-¡EL CASCO DE IRON-MAN!
Esa tarde paso por una juguetería en el centro de Morón para averiguar cuánto puede llegar a doler el regalo. Efectivamente duele mucho. Muchísimo. Setecientos pesos. 699,99 como dice la etiqueta. La chica de remera roja me explica que viene con no sé cuántas giladas incluyendo una que te hace hablar como Robert Downey Jr. en la película. Yo pienso que no puedo pagar eso ni que el mismísimo Robert Downey Jr. en persona viniera y me diera un beso en el cuello.
Ramón, implacable, en los días que siguen escribe la carta a Papá Noel. Y empieza a llamar a sus abuelos, padrinos y hasta a mi novia para contarles que para navidad quiere el casco de Iron-Man.
-No sé por qué me llama –me dice mi chica.
-Calculo que es porque si me lo pide a mi sabe que voy a tener que salir a robar en serio.


Alumnos de 4to. Año de ESB lo primero que me preguntan es:
-¿Usted estuvo preso?
Les contesto que no. Así. A secas. Empiezan los murmullos. No me lo dicen en la cara pero noto que un grupo me trata de chamuyero y que otro se siente estafado. Parece que doy el look. Se lo comento a mi viejo y él ni lo duda:
-Tenés pinta de malandra. No a lo Cacho Castaña: cara de tramposo y ojos de atorrante y que igual es querible. Tenés pinta de malandra. Y de sucio.
Me sugiere que me corte el pelo. De forma insistente. Cuando quiere romper las pelotas sabe hacerlo con una eficacia notoria.
Suena el celular. Es Ramón. Desesperado.
-¡PAPÁ! ¡ME ACABO DE ENTERAR QUE LOS MUERTOS PUEDEN VOLVER A VIVIR Y QUE SE LLAMAN ZOMBIS!
-Ramón: eso solo pasa en la tele y en las películas.
-…
-¿Ramón?
-¡Ufff! Menos mal.
Sonrío. Me dura poco la alegría.
-Con el casco de Iron-Man me podría defender de los zombis.
-Ya te expliqué que no existen los zombis.
-Nooo… No sé.
-Y si existieran el casco mucho no te sirve tampoco: te pueden morder en las manos o en la panza.
Se hace un silencio. Mi hijo se toma su tiempo para retrucar:
-No si también Papá Noel me trae la armadura.
No me quiero imaginar cuanto puede llegar a salir el traje completo.
Antes de colgar Ramón me recuerda lo mucho que me quiere.
-Papá: a mi no me importaría que robaras.