jueves, 25 de agosto de 2011

La tristeza infinita


Balada triste de trompeta
# # # (3/5)

Carlos Areces, Antonio De La Torre, Carolina Bang.
Dirigida por Alex De La Iglesia

Después de la decepción que significó Los crímenes de Oxford tanto para la crítica como para sus seguidores, Alex De La Iglesia se repite como en su anterior paso en falso en el mercado angloparlante. Cuando Perdita Durango, su otro film hablado en inglés, no funcionó; el realizador de El día de la bestia volvió a casa, como el hijo pródigo bíblico, para demostrar de todo lo que es capaz su talento logrando una de sus películas más acabadas y celebradas: Muertos de risa.


Ya desde el afiche, Balada triste de trompeta nos hace desconfiar imaginando las posibles similitudes con aquella gran obra del ’99. Pero desde la primera imagen nos encontramos con algo diferente: con un capitán miliciano, interpretado por Fernando Guillén Cuervo, en la línea de la locura galopante del Teniente Coronel Kilgore de Robert Duvall en Apocalypsis Now o la de la terrible curda del Capitán de Aldo Giuffré en El bueno, el malo y el feo. Alguien que en pleno campo de batalla pone al frente de su regimiento a un payaso travestido, un soberbio Santiago Segura, para confundir al enemigo. Mejor dicho: para hacer que los soldados del otro bando sientan terror al verlo venir.


La película salta del ‘37 al ‘43 para después anclarse en la década del setenta donde seremos testigos del triángulo amoroso entre el hijo del personaje de Segura heredero del oficio, el payaso estrella de un circo en decadencia y la mujer acróbata de este último. La parte más superlativa de esta historia. Aquella que transcurre en la carpa. Aunque comience a experimentarse inevitablemente el deja vú con Muertos de risa. Cuando la historia abandona el circo y muestra el derrotero de sus antagonistas por separado pierde en intensidad y clima. Y ahí es donde De La Iglesia vuelve a jugar a ser el Robert Zemeckis de Forrest Gump –pensandolo bien: el de Quiero tener tu mano- haciendo interactuar a sus criaturas con el mismísimo Franco o depositándolos en el medio del atentado al Almirante Carrero Blanco.


Desmesurado, por momentos torpe, pero suelto como un toro en la arena; la furia y la amargura que el director le imprime al relato le han valido llegar a buen puerto pese a las falencias señaladas. De ahí obviamente la catarata de premios y nominaciones que ha cosechado este film. El título, salido de una canción de Raphael inmortalizada en estas latitudes por Estela Raval y Los Cinco Latinos, tema que se escucha tanto como un cover de Palito Ortega o una de las tantas versiones de La quiero a morir es un leit motiv al que se le adosa ese adjetivo, ese estado del alma que es lo triste. Lo infinitamente triste plasmado en un final desolador en el que los magníficos Carlos Areces y Antonio De La Torre han dejado de ser para siempre sus respectivos Javier y Sergio para convertirse en un payaso triste y en otro tonto que terminan encarnando literalmente.

Publicado en la RS Nro. 159.