jueves, 29 de diciembre de 2011

Los 10 mejores libros del 2011

Son novelas, ensayos, poemas. Provocan el pensamiento, se rebelan contra los lugares comunes o dan un salto de calidad entre sus contemporáneos. Obras de las que dimos cuenta este año y que volvemos a recomendar. 


El mapa y el territorio, de Michel Houellebecq.
Betibú, de Claudia Piñeiro.
¡Indígnate!, de Stéphane Hessel.
El guacho Martín Fierro, de Oscar Fariña.
Libertad, de Jonathan Franzen.
El paraíso argentino, de Claudio Zeiger.
Repensar la justicia..., de François Dubet.
Kryptonita, de Leonardo Oyola.
Cómo cambiar el mundo, de Eric Hobsbawm.
Némesis, de Philip Roth.




Kryptonita, de Leonardo Oyola
Escribe Javier Sinay

La nueva fábula de Leonardo Oyola es un libro fantástico. Y lo es literalmente, porque Kryptonita cuenta las aventuras de Nafta Súper, el temible líder de una banda de hampones de los barrios del Oeste que en una noche fría cae herido de muerte en la guardia del Hospital Paroissien, de Isidro Casanova, y sin embargo no muere. Al contrario, es demasiado robusto para morir, y el médico que lo recibe ni siquiera puede colocarle una inyección de adrenalina porque la aguja se dobla cuando intenta penetrar su piel. Así, el doctor se convence de que el paciente es un superhombre suburbano y marginal.

“Me gustaba la idea de recrear la historia de Superman en La Matanza y primero pensé en hacerla de modo lineal, pero después me di cuenta de que tenía que modificarlo todo y prestarle al protagonista cosas mías, de mis amigos y de mi hermano”, dice Oyola, que escribió siete novelas en las que no faltan la violencia ni la fantasía ni el barro.

Con esos condimentos, este discípulo del escritor Alberto Laiseca (y fanático del policial sazonado con terror) se convirtió en un referente e inauguró una nueva veta en el policial argentino.

Con esa marca su novela Chamamé ganó el Premio Dashiell Hammett (un importante galardón del género policial en español) en la edición 2008 de la Semana Negra de Gijón, la feria dirigida por el escritor hispano-mexicano Paco Ignacio Taibo II.

En Kryptonita, como en muchos de sus otros textos, Oyola captura el habla más popular como en una fotografía: “Yo no podría haber escrito esta novela dejando de lado el argot”, admite.

“Lo que tiene el argot de nuestros tiempos es una velocidad de mutación increíble. En algún momento, alguien escribirá una novela grossa sobre el paco, pero por ahora es un tema reciente y es difícil escribir cuando todavía está ardiendo el fuego.”

martes, 27 de diciembre de 2011

Un héroe de nuestro tiempo

Leonardo Oyola narra en su novela “Kryptonita” las andanzas de Nafta Súper, un Superman paralelo aterrizado en La Matanza. Fábula de un mundo cercano, precario y violento.


(Por Javier Mattio). Superposición de mundos, desplazamiento artificial, collage imposible: al igual que la mítica serie de historietas hipotéticas What if? (“Qué hubiera pasado si…”) y los más recientes elseworlds (“Otros mundos”), Leonardo Oyola explora en Kryptonita la posibilidad de que Superman cayera en el conurbano bonaerense y no en Kansas; por eso, su apodo regional es ahora Nafta Súper, y la Kryptonita un afilado trozo de vidrio verde de una botella de cerveza.
A partir de esa premisa descabellada, Oyola suma una Liga de la Justicia de antihéroes hilarantes (entre otros la travesti Lady Di, el falopero Faisán y el hostil Señor de la Noche, recreaciones versión La Matanza de La Mujer Maravilla, Linterna Verde y Batman, respectivamente), quienes resisten junto al narrador (un médico nocturno del precarizado Hospital Paroissien) la embestida de la Policía Bonaerense que persigue al agonizante Nafta Súper.
Así, entre guiños a sagas generacionales como La muerte de Superman (publicada por DC Comics en la década de 1990) y a una banda de sonido FM en la que suenan Peter Cetera y Carlos Baute, Oyola aborda un territorio “real” fértil en su delirio y posibilidades, el bonaerense, del cual la literatura argentina reciente se ha nutrido cabalmente; desde Barrefondo de Félix Bruzzone y las novelas de Juan Diego Incardona hasta el western en viñetas Morón suburbiode Ángel Mosquito, por citar algunos antecedentes.
El autor, en efecto, se jacta de ese origen geográfico-cultural: “Soy nacido y criado en el oeste del Gran Buenos Aires, en Isidro Casanova, así como Félix es oriundo de la zona por donde laburan sus personajes, el Jefe de Celina o Mosquito de Morón”, subraya.
Y añade los puntos en común de ese linaje: “Nos dedicamos a la ficción y nos metemos de lleno en ella, sin prejuicios, sin juzgar. Por un lado, hablamos de algo que conocemos y que hemos vivido, pero nunca perdemos el norte de la ficción –aclara–. Si además nuestros libros operan como relatos sociales, eso ya no depende de nosotros, es algo que adosa cada lector”.
Frenesí fabulador que impera sobre toda bajada de línea o “denuncia” y del cual Oyola se ha servido para desplegar ocho novelas en los últimos seis años, entre ellas Hacé que la noche venga (2008) y Chamamé (2007), con la que ganó el Premio Dashiell Hammett al mejor policial de ese año. Oyola: “Para mí ha sido muy importante la lectura de géneros populares. No sólo el policial, también el terror y la ciencia ficción. En un principio fue mucha literatura de saldo. Mis referentes son Guillermo Orsi y Ernesto Mallo, verdaderos maestros del género negro”.

CERO GUETO
Con respecto a la filtración específica del noveno arte en Kryptonita, Oyola aclara que su gesto fue más bien universal y no de gueto: “La idea es no dejar a nadie fuera de la fiesta. Que al que entienda los guiños le pueda robar una sonrisa más y, al que no, hacer todo lo posible para que lo que se narra no sea algo encriptado”.

“La elección de los Súper Amigos es generacional –añade Oyola–, como las otras referencias que aparecen y no son estrictamente del universo de la historieta. Calculo que un chico que hoy está contando los días hasta el estreno de Los Vengadores hará algo así en 20 años. Son cosas que nos marcan, hitos de nuestra infancia”.
Por debajo del candente enfrentamiento entre héroes y policías, se desliza la entrañable relación entre el “Pini” (apodo de Nafta Súper) y su hijo Monchi, homenaje paterno de Oyola hacia su propio hijo Ramón que se explicita en la dedicatoria final de la novela. “Tuve un nuevo acercamiento a Superman con el estreno de Superman regresa en 2006, cuando Ramón iba a cumplir 1 año, y lo que más me emocionó de una película francamente aburrida como esa fue el leitmotiv de ver el futuro a través de los ojos de nuestros hijos”, recuerda el escritor. Y reconoce: “Aunque no soy el ‘Pini’, admito que terminé escribiendo Kryptonita para explicarle a mi hijo, y hasta para pedirle perdón, por no haber podido ser un papá más tradicional”.

HÉROES Y ABISMOS
–¿Cuál es la noción de “héroe” que prevalece en “Kryptonita”?

–Me gusta pensar, no sólo en esta novela sino en todo lo que escribo, que yo sólo cuento recortes en las vidas de los personajes. Que a lo largo de nuestro paso por este mundo a veces nos toca ser malos y otras la ley. En Kryptonita, la banda de Nafta Súper actúa y es lo que tiene que ser en el Hospital Paroissien. Y como lo que buscan a toda costa es salvar a su jefe, están jugando por izquierda pero le están poniendo el pecho y el corazón a lo que está pasando.

–Tus libros se arrojan contra los límites: ¿cómo es enfrentarse a ese abismo? 
–Disfruto cuando siento que la historia gana en velocidad, cuando le descubro el ritmo. No me detengo a analizar cómo viene la mano. Es como dicen algunos pibes: “No lo pensás, lo hacés”.

–¿Hay provocación en esa postura?
–Nunca escribí buscando provocar. Mi oficio básico es contar historias, no andar jeteando.

–Al final de “Kryptonita” emerge un mensaje alentador, ¿concordás con ese “optimismo”?
–Leí hace poco una entrevista a Lemmy, de Motorhead, en la que él habla de dos posturas antagónicas con las que el hombre encara el día. Una es “haciendo lo que tenés que hacer”; la otra es “siendo vos”. Los integrantes de la banda de Nafta Súper hacen lo que tienen que hacer para que él pueda llegar a ser lo que es, para que se termine mostrando como quien es en verdad. Hay un sacrificio, algo religioso. Y eso es lo que me cabe de mis chicos. Gracias a ellos, el “Pini” puede volar. Y no hay espectáculo más grande que estar en presencia de alguien feliz.

sábado, 24 de diciembre de 2011

¿No robarás?


Mi hijo, Ramón, cree en Papá Noel. Pero seguro sabe que los que compramos los regalos somos los padres. Como te pone caritas entrás en la duda: ¿está ilusionado o es parte del show?
Íbamos los dos en el 317 de Casanova, a la siesta, nosotros solos con el chofer, cuando me larga:
-Papá: ¿te puedo preguntar una cosa?
-Sí, sí. Claro. Por supuesto.
-Yo te voy a querer igual –me aclara antes de disparar- ¿Vos sos ladrón?
Casi me ahogo con mi propia saliva. El chofer nos mira por el espejo retrovisor. No sé si es por el escándalo que hago al atorarme o porque escuchó la pregunta de mi hijo. Después de renegar un rato y con los ojos colorados y bien vidriosos le pregunto por qué piensa eso. Sin perder la compostura mi nene se remite a los hechos:
-Trabajás de noche. Estás todo tatuado… Y sos negro.
“Sos negro”, me dice serio y afirmando con la cabeza. Después se tienta un poco de risa. Vuelvo a tragar saliva. Suspiro hondo y, con las cejas arqueadas, le explico que trabajo de noche porque escribo de noche; que mucha gente se tatúa y no por eso es chorra; y que más vale que se entere ahora antes de que se crea cualquiera pero él también es negro.
-Nooo… -niega con la cabeza serio, muy serio- Yo no soy negro.
Cogoteo para contradecirlo con un mudo “siii… lo sos”.
Ramón insiste apenas pudiendo contener las carcajadas:
-Nooo… -y cambia la conversación de repente a otro tema suyo de vital importancia- ¡Ya se lo que le voy a pedir a Papá Noel!
-¿Qué cosa, hijito?
Ramón se pone a saltar rodilla al pecho sobre el asiento para gritarme emocionado:
-¡EL CASCO DE IRON-MAN!
Esa tarde paso por una juguetería en el centro de Morón para averiguar cuánto puede llegar a doler el regalo. Efectivamente duele mucho. Muchísimo. Setecientos pesos. 699,99 como dice la etiqueta. La chica de remera roja me explica que viene con no sé cuántas giladas incluyendo una que te hace hablar como Robert Downey Jr. en la película. Yo pienso que no puedo pagar eso ni que el mismísimo Robert Downey Jr. en persona viniera y me diera un beso en el cuello.
Ramón, implacable, en los días que siguen escribe la carta a Papá Noel. Y empieza a llamar a sus abuelos, padrinos y hasta a mi novia para contarles que para navidad quiere el casco de Iron-Man.
-No sé por qué me llama –me dice mi chica.
-Calculo que es porque si me lo pide a mi sabe que voy a tener que salir a robar en serio.


Alumnos de 4to. Año de ESB lo primero que me preguntan es:
-¿Usted estuvo preso?
Les contesto que no. Así. A secas. Empiezan los murmullos. No me lo dicen en la cara pero noto que un grupo me trata de chamuyero y que otro se siente estafado. Parece que doy el look. Se lo comento a mi viejo y él ni lo duda:
-Tenés pinta de malandra. No a lo Cacho Castaña: cara de tramposo y ojos de atorrante y que igual es querible. Tenés pinta de malandra. Y de sucio.
Me sugiere que me corte el pelo. De forma insistente. Cuando quiere romper las pelotas sabe hacerlo con una eficacia notoria.
Suena el celular. Es Ramón. Desesperado.
-¡PAPÁ! ¡ME ACABO DE ENTERAR QUE LOS MUERTOS PUEDEN VOLVER A VIVIR Y QUE SE LLAMAN ZOMBIS!
-Ramón: eso solo pasa en la tele y en las películas.
-…
-¿Ramón?
-¡Ufff! Menos mal.
Sonrío. Me dura poco la alegría.
-Con el casco de Iron-Man me podría defender de los zombis.
-Ya te expliqué que no existen los zombis.
-Nooo… No sé.
-Y si existieran el casco mucho no te sirve tampoco: te pueden morder en las manos o en la panza.
Se hace un silencio. Mi hijo se toma su tiempo para retrucar:
-No si también Papá Noel me trae la armadura.
No me quiero imaginar cuanto puede llegar a salir el traje completo.
Antes de colgar Ramón me recuerda lo mucho que me quiere.
-Papá: a mi no me importaría que robaras.


viernes, 23 de diciembre de 2011

Regalo de navidad


"Este fin de semana hacemos una pausa y leemos ficción. Es el mejor regalo que se nos ocurre para este 25 de diciembre. Porque la literatura es inspiración para construir los relatos periodísticos. Hoy compartimos “Un corazón ya sin fuego abandonado en una calle de tierra”, el inicio de la última novela negra del joven escritor argentino Leo Oyola, que cuenta la historia de Nafta Súper, líder de una banda de hampones de la provincia de Buenos Aires".

miércoles, 21 de diciembre de 2011

En Cuadritos

(Por Andrés Valenzuela). Hay una larga tradición dentro del universo comiquero con las ucronías. En particular las que toman personajes populares… superhéroes. Algunos, como Superman: Red Son, recibieron particulares buenas críticas. Otros… no tanto. El que se reseña hoy en Cuadritos es una pequeña maravilla. Esas sorpresas que llegan por recomendación de múltiples fuentes y resultan atrapantes, para leer de un saque en una tarde (y noche) entera. Lo particular de este “elseworld” es que no tiene dibujos. Ni uno. Kyrptonita es una novela. 200 y pico de páginas llenas de letritas puestas una al lado de otra -eso sí- de un modo fantástico.


Lo que el autor -Leonardo Oyola- propone al circunstancial lector es pensar qué hubiera pasado si en lugar de caer en la campestre Kansas, la burbujita salvavidas de Kal-El hubiese ido a parar al Conurbano bonaerense. El resultado es notable por varios motivos. Desde lo comiquero, porque este “elseworld” está particularmente bien construido. Desde lo emotivo, porque el autor sabe pintar un modo de vida y escenas que reconoce cualquiera que haya vivido al oeste de la Av. General Paz o al sur del Riachuelo y sus puentes. Y desde lo literario porque Oyola escribe muy, pero muy bien.

En La Matanza, Kal-El se convierte en “El Pini”. Pinino. O en Nafta Super, como se lo conoce fuera del barrio. Y es el líder de una banda que “labura” la zona y se enfrenta a otra, “la del Pelado”. La novela cuenta la vida del Pini, sus amoríos, sus ganas de cumbia, cómo los giles lo apuran para sacarse chapa (es curioso cómo, al mismo tiempo, en muchos cómics actuales de DC esta motivación empieza a ser predominante en un montón de villanos de tercera categoría). Pero Nafta Super no habla. No dice ni mu, porque llega a un hospital “con un cacho de vidrio verde clavado”. Se está muriendo y quienes lo recuerdan son sus amigos, mientras la Bonaerense rodea el hospital.


Ahí está la primera buena decisión de Oyola, que esquiva con altura la tentación de caer en un esquema aventurero/superheroico clásico y prefiere hacer de Lady Di, de Ráfaga, del Señor de la Noche, de Juan Raro, del Faisán y de Cuñataí Güirá los ángulos desde los cuales contar la vida del muchachote que se debate entre la vida y la muerte en un “nosocomio” provincial. Y como se imaginarán los lectores de Cuadritos, cada uno de estos amigotes del Oeste son versiones alternativas de populares superhéroes del universo DC, perfectamente adaptadas y consecuentes con su nuevo entorno.

En el paisaje está otro de los grandes méritos de la novela. Es cierto, la banda “del Nafta” es, básicamente, una banda de criminales. Y recorre una zona muy particular del conurbano bonaerense (que es infinitamente más heterogéneo de lo que creen muchos porteños), también. Pero Oyola no los juzga. Retrata una vida al límite, pero sin muchas opciones. Da cuenta de un camino (de varios, también, de los buenos y de los otros) que no necesariamente se puede elegir. Que a veces, sencillamente, toca(n).


Kryptonita tiene varios momentos superlativos. Pero acaso el más tierno y, a la vez, el más terrible, sea el que narra el encuentro de Nafta Super y su vieja con Carozo y Narizota. Hay (mucho) más para decir y contar del libro. El “origen” de Lady Di/Wonder Woman es de antología, por caso. Pero se sugiere leer el libro entero. O esperar a la entrevista con Oyola que publicará este sitio el próximo mes y convencerse entonces, con las palabras del propio autor.


Para leer en su sitio original pinchar acá.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

lunes, 12 de diciembre de 2011

Un pasaje literario al conurbano

ESCRITORES NACIDOS ENTRE EL BARRO Y EL ASFALTO: ¿EXISTE REALMENTE UNA LITERATURA PROPIA DE LA PERIFERIA DE LA CIUDAD? CONTESTAN LOS AUTORES LEONARDO OYOLA, JUAN DIEGO INCARDONA, LUIS MEY Y MARIANA ENRÍQUEZ.

(Por Elisabet Contrera). Una nueva generación de escritores nacidos y criados entre barro y asfalto, en el corazón del Conurbano, se asoma en las librerías. Autores que se corren de los caminos habituales de la literatura argentina para capturar historias más genuinas de aquello que sucede en los bordes. No más una literatura donde las localidades bonaerenses son terreno del visitante furtivo o paisaje eterno y triste.

Tiempo Argentino convocó a un grupo de escritores que eligieron esa senda de producción. Al momento de llegar la cronista, Leonardo Oyola compartía una cerveza fría con Juan Diego Incardona, mientras Luis Mey amortiguaba una tarde calurosa con un cortado. Sólo faltaba Mariana Enriquez que arribó minutos más tarde. Aunque algunos no se conocían entre sí, se tenían presentes por de haberse encontrado en las páginas del otro. 

La consigna era reflexionar en torno a la literatura del Conurbano. Aunque al principio dudaron sobre la existencia de esa categoría, luego se convirtió en el motor de las reflexiones. Juan Diego Incardona (40 años) fue el primero en opinar. Ingresó al visor de la crítica literaria con su primer libro, Villa Celina, punto del partido populoso de La Matanza que lo vio caer y levantarse. Son 20 relatos donde tiene como personajes a La Chola, la curandera del barrio o Tino, el vecino eternamente vestido con los colores de Boca. “Si me muriera hoy, me quedarían muchas cosas por resolver, pero no la escritura, porque pude escribir sobre la Juanita, la Porota, mis hermanas”, dice satisfecho.

A Incardona no les gustan las etiquetas a la hora de analizar su trabajo, pero es consciente de esta línea literaria que nació 15 años atrás, con libros esporádicos, y que en el último tiempo derivó en un fenómeno “multitudinario”. “Generalmente, el Conurbano brillaba por su ausencia o aparecía como fruto de un viaje de alguien de la ciudad. Ese narrador tenía una mirada fascinada y temerosa sobre lo que se iban a encontrar”, analiza. “Hoy existen relatos de comunidad iluminados con distintas estéticas, mezclados con los intereses de cada uno, que dan cuenta de este universo mayor que es el Conurbano, tiene mayor autenticidad en la literatura y teniendo en cuenta que es la zona de mayor densidad demográfica de todo el país, era inevitable que surgieran”, describe.

Leonardo Oyola (38 años) arriesga una posible respuesta. “Por una cuestión generacional, es lógico que se empiece a dar importancia a este tipo de historias y más aun después de lo que pasó en 2001. Me fascina el delay entre el momento que lo llevás a la ficción y el momento en que pasó. Muchas de esas cosas estaban soslayadas, en nuestro imaginario, queriendo salir y el 2001 fue la mecha, lo que hizo explosión”, sostiene.

Oyola creció también en el oeste del Conurbano bonaerense, en la localidad de Laferrere. Su lenguaje literario es el policial y el género fantástico, su escenario es el Conurbano y su fuente, la cultura popular. Publicó varios libros, entre ellos, Siete & El Tigre Harapiento, y Chamamé, que recibió el premio Dashiell Hammett al mejor policial en la XXI Semana Negra de Gijón, un festival especializado en literatura policial y de género que desborda las calles y salas de la ciudad española.

Hoy es lectura segura también del mundillo comiquero. Su último libro, KrYptonita (por Random House Mondadori), imagina la vida de Superman si hubiera caído con su cápsula en Isidro Casanova. En este “universo alternativo”, a Clark Kent lo llaman “Pini” y no es un héroe solitario que lucha contra el Mal, sino que es el líder de una banda criminal integrada por versiones autóctonas de otros “superhéroes” clásicos como la Mujer Maravilla, Flash o Linterna Verde.

“El Conurbano es punta de lanza. Leerlo a Pablo Ramos, a Ariel Bermani, que son un poco más grandes que nosotros, leer al Jefe (en referencia a Incardona), las leyendas de Mariana (Enriquez), el descubrimiento de Luis (Mey) genera una sensación de déjà vu. Retratamos desde zonas diferentes, pero todos tienen puntos de contacto con lo vivido, con lo que uno quiere contar”, define. 

Luis Mey no proviene de los distritos populosos del conurbano profundo, sino que vivió en la zona norte del Gran Buenos Aires, en un barrio de clase media baja de San Isidro. Ese escenario determinó su producción literaria tanto como haber vivido la década del 90, que marcó el ritmo y el tono de sus historias. En Los abandonados primero y luego en Las garras del niño inútil, muestra a través del humor y la tragedia el efecto del menemismo en la vida social y la desintegración que genera.

“Escribir desde el Conurbano es un reaprendizaje de donde uno viene, esa vida intensa, donde hay que navegar río adentro. Lo que aprendí (en la universidad) venía de otro lado, de un lugar que no era el propio, pero el mío estaba lleno de historias”, resalta. “Tuve la suerte de haber crecido a 50 metros de La Cava y a diez cuadras de las Lomas de San Isidro”, agrega. 

“El desafío de nuestra generación es reconocer esas historias, tomarlas e imponerlas. Sabemos que hay textos que históricamente se imponen y por ello, nosotros tenemos que ser muchos más sutiles y pulidos y encontrar el tono para que llegue a los demás, derribar esas fronteras que a veces creamos nosotros y a veces, los otros”, analiza. “Estamos reaprendiendo la forma de crear cultura, la forma de enseñarla, nosotros sabemos que la esquina en nuestros relatos es importantísima, es la famosa encrucijada donde puede pasar cualquier cosa”, remarca. 

Mariana Enriquez (38 años) nació en la Ciudad de Buenos Aires, pero creció en Lanús, al sur del Conurbano bonaerense. En su novela Cómo desaparecer completamente, cuenta en forma cruda y áspera la historia de un joven que quiere escapar de una familia integrada por un cuñado dealer, una hermana con la cara desfigurada por un tiro, una madre empastillada y un padre que abusó de él durante años.

Por éste y otros tantos trabajos, fue invitada junto a Incardona a la 63º Feria del Libro de Frankfurt para debatir sobre este tema. “No sé si hay una literatura del Conurbano, pero sí hay obviamente escritores nacidos y criados en el Conurbano que están siendo honestos con dos cuestiones: la experiencia y la imaginación. A mi nunca se me hubiera ocurrido escribir sobre otro lado, es lo que conocí”, afirma. “No hay necesidad de camuflaje, de no escribir sobre nuestros lugares porque no son literalizables”, asegura. 

Ella prefiere una literatura que devele los matices de un conurbano heterogéneo. “El otro día estaba leyendo Sangre Salada, que es una crónica de la Feria La Salada, de Sebastián Hacher y lo notable es que no está mostrando al Conurbano como un territorio de pobreza y de marginación, sino como un lugar floreciente. Lo que es interesante es que al ser tan diverso y tener tanta gente, es una literatura que me interesa leer. El Conurbano no es homogéneo, pese a que hay deseo del otro de homegeneizarlo, de mostrarlo como un territorio que está después del Riachuelo y que quiere tomar por asalto la Capital.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Un apodo que me gané escribiendo

(Por Hernán Carbonel). En su primer número (septiembre 2011), la revista La Balandra propuso como nota de tapa el debate sobre si un escritor "nace o se hace". Al margen de este planteo (por lo demás muy interesante), lo que deviene indefectiblemente en el circuito de la escritura es, claro, la publicación. Y entonces, surgen otras preguntas (por lo demás también muy relevantes): ¿por qué publicar; qué significa publicar? ¿Una necesidad intrínseca de quien escribe, el primer escalón de un camino ineludible, el certificado de que el ego tiene una razón de ser y opera en consecuencia, una fatalidad irrevocable, el peso mismo de la obra que busca trascender a su autor? Sin ánimo de responder a tantas preguntas (por lo demás a veces imposibles de responder) pero en busca de alguna de ellas, LA GACETA Literaria les pidió a una serie de reconocidos autores argentinos que testimoniaran sobre aquel paso inaugural: su primer texto publicado. Ariel Magnus, Gustavo Nielsen, Leila Guerriero, Patricia Suárez, Federico Jeanmaire, Franco Vaccarini, Leo Oyola, Samanta Schweblin, y Pablo Ramos rememoran aquel iniciático momento.


Un apodo que me gané escribiendo

Por Leo Oyola

Escribí mi primera novela en el 2004. No lo pensé dos veces y la mandé al Concurso Clarín Alfaguara. Para cuando me enteré que era uno de los finalistas del premio todavía no la había vuelto a leer desde que la laburamos con el maestro Laiseca en su taller. Así que cuando obtuve una mención mi alegría fue enorme. Porque no dejaba de pensar: esta es una oportunidad. Recuperé los tres manuscritos. Y por consejo de Lai me contacté con editoriales independientes que tuvieran buena distribución, a ver si lograba que se interesaran. Una me mató. Otra me dijo que le gustaría pero que no tenía dinero para invertir en un autor desconocido. Tres años después, durante una jornada literaria, el responsable de esa primera editorial que me leyó me pidió disculpas por lo duro que había sido. Y me dijo que evidentemente jamás hubiera entrado en su catálogo; pero que se alegraba de que mi obra hubiera encontrado su lugar. El otro editor ni bien se enteró que se publicaba me llamó para felicitarme y desearme mucha suerte. Y no deja de escribirme mails cada vez que se entera de alguna novedad mía. El tercer manuscrito llegó a las manos de Ricardo Romero. Que lo leyó. Y se divirtió mucho. Y que se jugó por lo que yo hago. Y que me publicó en la colección Laura Palmer no ha muerto. Desde entonces, por cómo se fueron dando las cosas, cuando me hablan de la novela se refieren a ella como Siete… y hay muchas personas que me dicen Tigre. Y eso me cabe mil puntos. Porque ese apodo me lo gané escribiendo. Y ese apodo me hace recordar lo que soy: un escritor. Autor orgulloso de Siete y el Tigre Harapiento, mi primera novela publicada.

viernes, 9 de diciembre de 2011

sábado, 3 de diciembre de 2011

sábado, 26 de noviembre de 2011

Un pop del conurbano

Giros tumberos y asociaciones delirantes abundan en “Kryptonita”, último libro de Leonardo Oyola.



(Por Rodolfo Edwards). Kryptonita atrapa desde la primera palabra escrita en la novela: “obitó”. Este trágico verbo conjugado en un seco y parco tiempo pasado, desencadena toda una serie de reflexiones sobre la muerte y sus implicancias sociales: “Verbo pasado perfecto. Excelente definición de lo que fue una vida. Algo pasado. Algo único. No importa si fue una vida buena o mala. Fue algo único porque existió. Y ahora ya no más porque... Obitó. (...) Obitó es una palabra, un verbo, que nunca se pronuncia en una clínica privada. Porque si se paga es para recibir algo diferente.” Lo que amagaba ser una novela de “denuncia social”, pronto estalla en un carnaval de voces que dialogan desembozadamente con la cultura pop globalizada y convierten al texto de Leonardo Oyola en una materia incandescente, donde los personajes intervienen la lengua natal con una glosolalia, propia de un estado de trance, pletórica de giros tumberos y asociaciones absolutamente delirantes que dibujan sobre el texto un aquelarre pop: Carozo y Narizota, los lentos de los ochenta, las Marineritas del Club Almirante Brown. 
El título remite, como es obvio, al archifamoso cómic Superman que aquí aparece encarnado (invertido) en la figura de Pinino, alias Nafta Súper, cabecilla de una banda de delincuentes que asola la zona del Oeste, locación que invoca al western y sus sagas pistoleras. La acción transcurre en el Hospital Paroissien de Isidro Casanova, donde llegan, como Pinocho al hospital de los muñecos, heridos en combate en la Guerra de los Cien Años a la que parece condenada una buena franja de la población del conurbano bonaerense. Entre tiros vengativos de la justicia por mano propia, las peleas entre bandas, el gatillo fácil policíaco, los médicos y las enfermeras de la guardia nocturna son aduaneros en las largas noches del apocalipsis nativo, intermediando entre la violencia de afuera y la muerte que aflora como sentencia clandestina. 

El narrador de Kryptonita es un “nochero”, médico suplente que cubre subrepticiamente a otros en los horarios de la madrugada a cambio de un sucio emolumento. La kryptonita (mineral radiactivo que desactivaba los poderes del Superman original) de Kryptonita es un pedazo de vidrio verde, de una Heineken rota que El Pelado, el archienemigo de Nafta Súper (el Lex Luthor del oeste bonaerense) le clavó en un costado de su humanidad como una puñalada trapera. El “nochero” y la enfermera Nilda consiguen salvarle la vida pero son tomados como rehenes y aquí el relato asume el pathosde los exteriores de un noticiero televisivo; el suspense contiene los clásicos actores: el grupo GEO que llega tocando pito, el negociador y el asalto final.
En pocos años, Oyola logró consolidar una obra que ya es reconocida entre las más solidas de la nueva narrativa argentina. Así lo demuestra su inicial Siete & el Tigre Harapientoy otras como Santería y ChamaméKryptonita redobla la apuesta con una atrevida propuesta.

viernes, 25 de noviembre de 2011

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Sin lugar para los débiles

Mañana jueves 24 vamos a estar en en el programa de radio SIN LUGAR PARA LOS DÉBILES, conducido por la Supergirl Bianca Lanza y los Súper-amigos Montserrat Godia, Lucas Fridman, Hernán Macagno y Ezequiel Acuña. Hablaremos de KRYPTONITA, el hair-metal, los westerns, los que vendrá y, sobre todo, los intereses desmedidos del monotributo (villana invitada: la AFIP). A las 17. En www.ciclopradio.com.ar 

martes, 22 de noviembre de 2011

lunes, 21 de noviembre de 2011

sábado, 19 de noviembre de 2011

Un Superman del conurbano

(Por Diego Marinelli). Leonardo Oyola saca un poco la cabeza por delante del gruesísimo pelotón de escritores argentinos treintañeros. Fue finalista del Premio Clarín de Novela (por Siete & el Tigre Harapiento) y ganó en la Semana Negra de Gijón con el policial Chamamé. Combinando el género negro con el realismo sucio del conurbano y algún que otro guiño a la literatura fantástica, Oyola ha logrado cimentar una voz propia que le debe a un sinfín de influencias, al tiempo que no le debe a nadie. Kryptonita, editada por Mondadori, es su última novela: un relato que arranca alla Pizza, birra, faso y toma luego por carriles sorprendentes, donde irrumpen lo fantástico en general y el cómic en lo particular. Fernando Calvi leyó el libro de Oyola y esto es lo que tiene para decir al respecto.

Publicado en la sección Historieta: Crónicas de la cultura de la Revista Ñ nro. 425.

martes, 15 de noviembre de 2011

Los siete magníficos


Mezcla rara de pibe de barrio y personaje de cómic, Leonardo Oyola acaba de publicar una novela imperdible. KRYPTONITA es el texto que enamora y engaña a la novela policial con una amante de sábado de Sci-Fi. Así, desde las entrañas de la cultura pop, se levanta el Tigre Oyola para hablar de sus (súper)héroes suburbanos.


Copete de la entrevista que me hizo Deborah Lapidus para la revista BACANAL #84 de Noviembre de 2011. Muy agradecido con esta súper-amiga.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Zona de riesgo


...Leonardo Oyola fue aceitando una prosa notable, "humilde y humillante", dijo alguien en Twitter, que en sus momentos tiene un alto vuelo poético, esto dicho en el mejor de los sentidos. En ese estilo particular se pueden rastrear grandes nombres del canon literario -Piglia, Chandler, Laiseca- como también se cuelan los estratos bajos de la literatura ilustrada: el cómic...

Breve extracto de la extensa y muy buena crítica que hizo de mi última novela el Súper-Amigo Walter Lezcano para la revista BRANDO Nro. 70 publicada este mes.

sábado, 12 de noviembre de 2011

Superhéroes bonaerenses en un logrado western de Leonardo Oyola



(Por Lucas Cremades). La legendaria y temerosa banda criminal de Nafta Súper irrumpe durante la madrugada en una sala de emergencias del Hospital Paroissien, de Isidro Casanova, llevando a su líder –Pini, para sus leales compañeros– muy mal herido. El médico de guardia, que instantes antes se viera obligado por un policía a dejar morir a un pibe chorro baleado, recibe otro ultimátum a punta de pistola: lograr que el cabecilla llegue con vida hasta que la luz del sol se pose sobre ellos.

De inmediato, la historia propuesta por el narrador –presente en la trama, ya que es el nochero que hace horas extras reemplazando ilegalmente a los médicos que no soportan el destino de una guardia de hospital– combina una serie de secuencias y vivencias populares, provistas por personajes debidamente contados, para que lo marginal se vuelva entrañable y para que lo real se confunda con lo fantástico.


Leonardo Oyola, nacido en el oeste del Gran Buenos Aires, se lanza entonces a una historia de superhéroes: Lady Di, El Faisán, Juan Raro, Ráfaga, Cuñataí Güirá y el Señor de la Noche enfrentarán al Cabeza de tortuga, estirando la noche y hasta que salga el sol, momento en que el líder, Pini, deberá salir con vida de esa misteriosa encrucijada, una vez más.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Octava Noche de los Museos

Dos de las voces más frescas de la nueva narrativa argentina, Sonia Budassi y Leo Oyola, estarán leyendo junto a la calidez –y calidad– musical de Marcelo Ezquiaga.
El sábado 12 de noviembre, a las 21 bien puntual, en el Museo de Arte Popular José Hernández;  Avenida del Libertador 2373, Palermo.

lunes, 7 de noviembre de 2011

(Súper)Héroes anónimos

KRYPTONITA ES UNA EXTRAÑA COMBINACIÓN DE REALISMO SUCIO, POLICIAL NEGRO Y CÓMIC DE SUPERHÉROES AMBIENTADA EN UN MUNDO QUE QUEDA A LA VUELTA DE LA ESQUINA. UNA APUESTA ARRIESGADA Y NOVEDOSA.
(Por Ezequiel Dellutri). Vamos por partes: la idea no es original. De hecho, ni siquiera aspira a lo originalidad. Por el contrario, pertenece a ese regurgitar de conceptos culturales que parecen ser un invento norteamericano, pero ni eso podemos concederles: los griegos y sus numerosos antecesores lo hacían algunos milenios atrás, solo que no registraron la idea. Nuestros amigos del Norte sí lo hicieron y capitalizaron el arte de volver a contar mil veces las mismas historias. Así es como tenemos un Hombre Araña en las historietas, otro en el cine, otro en la televisión y hasta uno que canta y salta en Broadway.
Lo que nos lleva a los superhéroes y la década del noventa, cuando la editorial DC Comics, dueña de personajes tan emblemáticos como Superman y Batman, se estaba quedando sin argumentos y decidió que la mejor manera de solucionar su problema era inventar lo que ya estaba inventado. Surgió así la industria del elseworld. El concepto es sencillísimo: diseñar un argumento respondiendo a la pregunta “¿Qué pasaría si…?” Completar los puntos suspensivos demanda algo de creatividad, aunque tampoco tanta: Qué pasaría si alguno de nuestros queridos superhéroes hubiese vivido en el Lejano Oeste, qué pasaría si hubiese sido sacerdote, qué pasaría si hubiese sido vampiro, qué pasaría si… Lo dicho: no es tan difícil y la opciones son muchas, lo que permite contar lo mismo desde otro lugar, algo que en sí no tiene nada de malo y es, de hecho, la misma base de la literatura posmoderna: la tan mentada intertextualidad.
De esta misma idea parte Leonardo Oyola, el más original autor de relato policial negro argentino: ¿Qué pasaría si Superman hubiese llegado a un barrio pobre de La Matanza? Entonces no se hubiese convertido en un justiciero, sino en un criminal con un poco de Robin Hood al que el autor de Chamamé le regala uno de esos geniales sobrenombres que tan bien sabe pergeñar: Nafta Súper.
La historia comienza cuando una banda de delincuentes irrumpe en el Hospital Paroissien llevando al Hombre de Acero en andas, porque el villano de turno tuvo la perversa idea de atacarlo con la piedra que da título a la novela. Sus compañeros también son héroes, todos reconocibles para el que haya frecuentado en algún momento de su vida el mundo del cómic de superhéroes. De ahí en adelante, la historia avanza como un policial negro que roza el límite de lo absurdo y a veces hasta patina con absoluta premeditación.
Si algo hay que reconocerle a Oyola es la impecable capacidad no para oponerse al canon de la literatura argentina, sino para ignorarlo por completo. La apuesta de Kryptonita es arriesgada, porque desde el vamos, el autor de Siete & el Tigre Harapiento y Hacé que la noche venga tiene claro que no está escribiendo la gran novela argentina; sus lectores, hastiados de grandeza, lo agradecemos: la pretensión literaria suele llevarse mal con la literatura de género. Mezcla de nuevo cine argentino y cómic, la originalidad de este relato reside precisamente en no pretender ser original.
Pop hasta la médula, Oyola decide trasladar la intertextualidad al plano de lo popular. Como una suerte de Borges del conurbano bonaerense, en vez de cruzar en sus historias referencias a libros que quién sabe si existieron, lo hace con uno de los mayores mitos de la cultura de masas. Porque, ¿quién sabe? Tal vez si Brecht o Marechal hubiesen transitado las calles de Isidro Casanova no hubiesen reversionado Antígona, sino contado la historia de unos tipos a los que ni siquiera los superpoderes alcanzan para ser felices.

Publicado en REVISTACOMUNICA.COM.AR