sábado, 31 de enero de 2009

Atorrantes

Cada ciudad crea sus propios mitos, que residen muchas veces en palabras específicas, de ésas que sólo se entienden cerca del perímetro metropolitano. Ahora que las leyendas urbanas están de moda y se editan libros acerca de los muchos fantasmas de Buenos Aires, es buen momento para honrar a una de esas palabras con denominación de origen: “atorrante”. Es un término porteñísimo: según su etimología, quién sabe ya si apócrifa o real –y a quién le importa–, se formó con el nombre de un empresario francés y el uso de unos cuantos vagos de esta tierra. Toda una genealogía de la porteñidad.

Cuenta la leyenda que en las primeras décadas del siglo XX, las tareas de alcantarillado de la ciudad sembraron las calles de caños de la empresa francesa Torrent, o Torrant, o incluso A. Torrant. Durante las noches frías, los sin techo usaban estos caños para dormir. De allí, se dice, es que “torrar” se volvió un sinónimo de dormir, y a los que torraban en los caños del señor A. Torrant se los llamó, por supuesto, atorrantes. Lo cual quiere decir dormilones, pero también sin techo, pero también gente inofensiva y de la ciudad.

Desde ya, muchas voces se han alzado para desmentir esta etimología popular; muchos sostienen que “atorrante” viene de “atorrar”, que a su vez deriva de “atorar”, holgazanear, en italiano. Pero sin duda la historia de los hombres de los caños resulta más atractiva: si non é vero, é ben trovato.

En su última novela, Hacé que la noche venga (Mondadori, 2008), Leonardo Oyola parte de este mito para explorar sus consecuencias: su héroe es Tres, nacido Ambrosio Torrent III, a la vez el heredero del primer Torrent y un atorrante cabal, que duerme en los túneles del subte –ya no hay caños en la ciudad- y enfrenta a las fuerzas oscuras: el diablo, la policía, el capitalismo internacional.

Vía Queré Buenos Aires.