sábado, 4 de octubre de 2008

La venganza es un semáforo en ámbar

La venganza es un semáforo en ámbar. El pie derecho quiere una cosa y el ojo izquierdo va a su bola. Acabo de terminar Gólgota, el libro de Leonardo Oyola, publicado por Salto de página. Zonas occidentales del Puerto de Santa María del Buen Aire. Bares en los que reunirse para decidir la muerte de alguien que se lo merece. Rituales repetidos. Muertes grabadas a fuego en el disco duro neuronal. Partidos de fútbol inolvidables. Cosas que pudieron ser y no fueron. Dolores paternofiliales, porque las herencias son las herencias. Espejos destrozados que muestran la verdadera realidad. Las grietas son siempre fidedignas. La sabiduría de las cuerdas vocales quietas y los rosarios de plástico. Niñas adolescentes preñadas que vuelven a ver el infierno con hijas igualmente embarazadas. Tiroteos incontables. Hijos a los que no puedes matar, sangre que no puedes enmorcillar. Porque todos podemos ser, antes o después, jueces y verdugos. Ah, no, que es lo mismo. Guetos cerrados con leyes propias. Policías sin pasado olvidadizo, porque un convecino es un helecho de ramas muy largas. Masters universales sin planeta en el que morir. Hinchas edulcorados. Semáforos justicieros. Todo eso y más es Gólgota, y media botella de escocés, y llantos incontrolables. Ciento veinte páginas nada prescindibles, necesarias para no perder la perspectiva en estos tiempos que van a peor, porque, un Jueves Santo, lo tiene cualquiera. Y punto.