jueves, 25 de septiembre de 2008

Gracias




¿Por qué?
¿Por qué leemos?
¿Por qué escribimos?
Sobre todo esto último, ¿por qué escribimos?
¿Por qué tengo este impulso?
“¿Por qué tengo este impulso?”, es la pregunta retórica que se hace -en un animé, en un dibujito animado- un lobo moribundo, blanco, mientras se vuelve uno con la nieve, mientras se pierde con ese paisaje invernal.
El lobo muere.
Resucita.
Se transforma en hombre.
Se vuelve a mandar las mismas cagadas.
Se transforma en lobo.
Pelea constantemente hasta que es herido de gravedad.
Moribundo, su pelaje se perdería en la nieve, si no fuera por la herida por la que le sale la sangre.
Eso es lo único que lo diferencia de ese paisaje.
La sangre es lo que nos hace distintos.
La sangre y ese impulso que nos hace levantarnos una y otra vez.
Ese impulso que nos transforma.
Ese impulso que nos hace pararnos de manos.
Pelearla.
Ese impulso que nos diferencia.
Está en nosotros.
Está en nuestra naturaleza.
Por eso leemos.
Por eso escribimos.
Es lo que somos.
Es a lo que le tenemos que ser fiel.
Hacé que la noche venga es mi segunda novela.
La empecé a cranear, la empecé a escribir, después de la mención que tuvo El Tigre Harapiento.
Convencido de que tenía que seguir adelante en esto.
De ahí las personas a quienes se las dedico, aún cuando no sabía si se iba a publicar o no.
Va para la honestidad de Jorgelina Nuñez, Marcos Mayer y Carlos Gamerro, jurados de preselección de un premio de novela.
Porque ellos hicieron su trabajo -lisa y llanamente lo que tenían que hacer- Claudia, Ernesto, yo mismo entre tantos, tenemos la oportunidad de publicar. De dedicarnos a esto.
De dar otro paso en nuestra carrera como escritores.
Hacé que la noche venga también está dedicada a un héroe de la pantalla grande, a ídolos de la música, a un primo al que quiero mucho, a una amiga y a su muchacho, mi compadre.
El padrino de mi nene es fanático del jazz. Me dijo que tenía que escribir algo con eso. En compacts me pasó de todo. Y yo no pude engancharme con nada. Hice mucha fuerza, de verdad, a ver si me gustaba. Me mentí que si, que estaba bueno. Pero lo único que más o menos me copó fueron dos covers de Miles Davis de una canción de Michael Jackson y otra de Cindy Lauper. Y si me gustaron me parece que fue porque a mi me sonaban a música de telo.
Hay cosas que nos pasan. Que nos forman. Que nos quedan tatuadas.
Creo que eso es lo que sacamos, lo que mostramos, cuando escribimos.
Lo que somos y lo que conocemos.
Desde que escribí la novela hasta esta noche en la que la estamos presentando. Me pasó de todo. Para bien y para mal. Tengo muchos momentos a los que clasifico José Velez: porque Procuro olvidarlos. Pero por suerte tengo muchos otros a los que estoy aprendiendo a disfrutar.
Lo bueno es que en estos años en los que decidí dedicarme de lleno a la escritura, me crucé y conocí a muchos lobos blancos. Muchos que leen y escriben. Muchos con los que compartimos este impulso.
Está bueno no sentirnos solos en nuestro oficio.
Está bueno no traicionarnos.
Seguir nuestra naturaleza.
Dicho esto, muchos de los que vienen acompañando desde hace un rato dirán: ¿y que carajo hace Leo Oyola vestido de traje?
Bueno, la respuesta es sencilla: los colegas escritores y músicos -Millán & Pandolfelli- querían tocar trajeados y les pareció copado que yo también lo esté. Acepté porque me vino bien la propuesta: llegamos de Mendoza el lunes y todavía no lavamos la ropa, así que esto era lo que mas o menos estaba a mano. Y además es para darle el gusto a mi mamá, acá presente que siempre se queja de cómo me visto. Las madres siempre nos van a querer ver así, como si fuéramos a la primera comunión.
Con mucho cariño, para vos, mamá.
Y para vos, mamita.
Hacé que la noche venga es intentar evocar lo que a mi me dio leer a Poe, El Sabueso de los Baskertvielle, las películas de pistoleros en Sábados de Super Acción, las de terror en Trasnoche Aurora Grundig o un disco, más bien un cassette, como Dinasty.
Por eso, si la pasan bien con algo que escribió Leo Oyola, obvio que estoy hecho.
Una vez dije que yo no se si cuando escribo tengo técnica o manejo algún estilo; que me pasa lo mismo que cuando iba a bailar.
Le pongo muchas ganas y lo disfruto.
Eso, creo yo, es mi ancho de espadas.
Entre tantas cosas buenas que existen para compartir, fuimos hecho para esto.
Fuimos hechos para leer y escribir.
Fui hecho pa’amarte.
A todos, gracias.