sábado, 3 de noviembre de 2007

I believe



Hermanos: la paz esté con vosotros.
Estamos aquí reunidos, en esta humilde morada del Señor conocida como La Ratonera, para celebrar un acto de fe.
Cuatro forajidos.
Cuatro.
Utilizando sus mejores armas para pelear por algo en lo que creen.
Cuatro forajidos.
Cuatro.
Que adoptaron la identidad de una criatura de Dios.
El alma de ese arbusto. El Tamarisco. Y de él, su simpleza, y la parte más jodida de cumplir, la resistencia.
La resistencia. El aguante.
Y la fe. Creer.
Anchos bravos si los hay.
Bueno: estos cuatro forajidos.
Cuatro.
Definitivamente creen.
Se tienen fe.
Por algo en primera instancia…
Estos cuatro forajidos.
Cuatro.
Son escritores.
Como los otros cuatro forajidos.
A los que han editado. Y de quienes en esta jornada de gloria y alabanzas, en esta jornada de celebración, estamos presentando sus respectivos relatos y novela.
Leer es un acto de fe.
Escribir también es un acto de fe.
Porque en las dos acciones fundamental es el hecho de creer.
En lo que hacemos. En nosotros mismos. En la palabra impresa, en el mundo que nos propone cada libro que sostenemos en nuestras manos.
Esta noche damos fe de que el señor Federico Falco, allá en su córdoba natal, tocó el pelo de la virgen.
Le creemos a Celia Dosio cuando nos cuenta el día que Perla voló.
Y leemos en las cicatrices de Damián Terrasa las huellas de la marca del milagro.
Milagro.
Milagros.
Milagro, lo que se dice milagro, sería que los mudos les digan a los sordos que los ciegos los están mirando.
Y eso pasó. Marca del milagro fue la lectura de Terrasa en otro templo, el del Conventillo de Teodoro. El miércoles a la noche.
Escucharlo a Terrasa narrar en su argeñol como la banda de Chicago le birlaba un trapo a la hinchada de Morón, uno que decía “Del Gallo hasta las bolas”…
Fue raro.
No apto para hombres de poca fe.
Insisto: fue raro.
Como si Yul Brynner, vestido de negro de pies a cabeza botas y sombrero incluidos, entrando a un bar del lejano oeste mientras desenfunda ladrara en gallego: “¡Que les den por culo!”

Hablando de Yul Brynner: ¿nunca vieron “Los Siete Magníficos?
¡He ahí la palabra del Señor, hermanos!
A mi esa película me da de todo.
Siete tipos que pelean como setecientos.
Que van hasta el final, de frente.
Y los que no llegan, mueren en la suya.
El villano de turno, después de desarmarlos, les advierte en un momento de la película, para que no vuelvan más: “solo un loco comete el mismo error dos veces”.
Y después le pregunta al personaje de Yul Brynner por qué hacen lo que hacen.
El pelado no le contesta.
Tampoco los otros pistoleros.
El único que le contesta a ese sorete es el inigualable Steve McQueen:

-¿Por qué lo hicieron?

-Una vez conocí a un tipo que se puso en pelotas y después se tiró de culo sobre unos cactus. Le pregunté lo mismo: “¿por qué?” Me dijo que le había parecido una buena idea. Que se tenía fe.

Obvio que los Siete Magníficos vuelven a terminar lo que empezaron.
Lo que su antagonista les dijo que era un error… lo van a cometer por segunda vez.
Porque los Siete Magníficos son locos peligrosos.
Y además tienen pelotas.
Como los cuatro forajidos.
Cuatro.
Que, para el entender de este ignorante pecador, subir su libro de relatos y “Toronto no” en PDF para que los bajen gratuitamente es lo más parecido a caer, voluntariamente, de culo a un cactus.
No sé si es una buena idea.
Lo que si demuestra es que se tienen mucha fe.
Ahora aguanten.
De su arbusto nunca olviden la resistencia.
Tamariscos: las armas y las diestras de los Dos Cachivaches y el tigre a su disposición.
Siempre.
Esta noche, es en el nombre de Violeta.
De Sonia.
De Félix.
Y Hernán.
Amén.
Que así sea.

Leído en La Ratonera. El viernes 2 de noviembre de 2007, durante la presentación de la colección Simples de Tamariscos, acompañado por los inigualables Millán y Pandolfelli. El Rusi y Poca Vida. Dos cachivaches.