jueves, 5 de julio de 2007

Palabras más, palabras menos


LEONARDO ÁNGEL OYOLA nació en Buenos Aires en 1973. Es licenciado en Ciencias de la Comunicación y ha trabajado como bibliotecario, docente y crítico de cine. Su primera novela, Siete & el Tigre Harapiento, obtuvo la tercera mención del Premio Clarín-Alfaguara 2004 y fue publicada en Argentina por la editorial Gárgola (2005). Sus cuentos Matador y Animétal forman parte de antologías policiales y de nuevos autores argentinos.
La editorial Salto de Página publica ahora en España Chamamé: un salvaje ajuste de cuentas entre dos piratas del asfalto, un duelo a muerte entre criminales con un estricto código de honor y un western contemporáneo a ritmo de rock n’ roll. Una cacería por las polvorientas y calurosas rutas del litoral argentino, donde Manuel Ovejero —alias el Perro— busca la cabeza del Pastor Noé mientras cada uno sueña con una segunda oportunidad.

¿Qué es Chamamé?

Chamamé fue lidiar con sentimientos y dolores que aparecieron cuando creí que todo ya estaba cocinado. Mi rutina aparentemente inalterable dejó de existir. La cabeza y los puños me hicieron un gol en contra. Los amigos de otrora se borraron. Me quedé sin laburo y ahí fue donde cayeron caretas. Si, caretas. No máscaras. Chamamé nació de un odio. Chamamé nació de una pérdida irreparable. Yo estaba escribiendo el comienzo de otra novela –Canciones de fe & devoción- que le pensaba dedicar a mi hijo, Ramón. Algo en la línea de la saga de los confines de Liliana Bodoc. Me había retado a mi mismo a intentarlo como escritor y como padre. Porque sabía que para que mi nene agarrara el Tigre Harapiento u otro de mis escritos iba a faltar mucho tiempo y además yo quería que si él alguna vez deseaba leer algo mío, entrara por otro tipo de universo, no el de Siete y mucho menos el de Chamamé.
Toda la inocencia que me había traído la llegada de Ramón me la birlaron cuando se armo el lío en el trabajo. Después murió un amigo en el medio de todo el bolomqui y de esa ya no podíamos volver. Pensé que esos que una vez consideré hermanos, que eran bienvenidos en la que supo ser mi casa, no tenían honor. Que hasta el chorro más hijo de puta maneja códigos y que ellos se cagaron en todos. Chamamé cuando la empecé a escribir estaba dedicada. “Para que las treinta monedas de plata por las que se vendieron les duren más que a Judas”. Después no es que los olvidé. Me los saqué de encima. Me sacudí la mierda que tenía encima… No los perdono. Simplemente es una del canario: procuro olvidarlos. No es gratis. Nada lo es. Pagué un precio por escribir Chamamé. Perdí mucho. Hoy creo que soy menos iracundo y me veo más cerca de lo que quiero ser. Falta mucho. Pero ando encaminado.

Rafael Reig ha descrito tu novela como «una historia de aprendizaje y destrucción (…), una caída al abismo mediante un estilo de lirismo sucio que convierte el argot presidiario en una suerte de poema prolongado». Parece cada vez más claro que la realidad reflejada en las diversas narrativas latinoamericanas contemporáneas es menos representable por un realismo mágico de espectros familiares y galeones varados en la selva que por un realismo sucio de mugre política y furia social…

Mis fantasmas, lo que me tocó vivir, decididamente no tiene nada que ver con el mapa donde se encuentra Macondo. Por ahí de García Márquez solo las situaciones que se plantean en Crónica de una muerte anunciada, El coronel no tiene quién le escriba o el cuento El rastro de tu sangre en la nieve. Lo mismo me pasa con la Coronación de Jorge Donoso, con cosas de Vargas Llosa y Carlos Fuentes. Setenta veces siete lo prefiero a Juan Rulfo. Lo real como maravilloso para mi se da en hechos puntuales: tener un hijo, enamorarse, emborracharse con los amigos… Para la realidad de mis días de por medio, de los lugares por donde uno anda, definitivamente la vida está pintada por una paleta de grises porque de por sí es más heavy de lo que nos gusta aceptar. La mugre no la puedo encontrar encantadora. Lo mismo a la pobreza. Daniel Moyano es un autor que nos representa más en cuentos como Cantata para los hijos de Gracimiano o Para que no entre la muerte. Las miserias que él describe y narra calan hondo porque son tan dolorosas como identificables. Lo mismo me pasa con Cuando lo peor haya pasado de Pablo Ramos y algunas de las crónicas de Buenos Aires me mata o Ciudad Paraíso.

La novela ensambla dos géneros narrativos «populares» de tal modo que, podría decirse, la carne es de novela negra y el esqueleto de western… ¿qué te aportan las reglas genéricas al escribir?

Al escribir teniendo en cuenta un género las reglas marcan precisamente cuales son las condiciones del juego que voy a llevar adelante. Es un partido. Así como hay varios deportes, hay varios géneros. Cada uno con sus respectivas reglas. Bueno: yo sé y elijo que voy a jugar y cuales son las normas de ese juego en el que me metí. En como lo juego está lo que yo tengo para dar como narrador, en lo que voy a dejar en la cancha para ese partido. Chamamé es una novela negra, sí. Es un spaghetti western moderno también. Eso a mí me sirve de red para animarme a exorcizar en capítulos puntuales cosas que me joroban, que me inquietan haber visto y conocido, haberlas vivido. Solo de esta forma pude ficcionalizarlas. Escribir Chamamé fue comulgar de vuelta con ellas. El Perro me diría: “Tigre, es una de Oasis. No mires el pasado con odio”. ¿Y sabés qué? Tiene razón.

En tu primera novela, Siete & el Tigre Harapiento, los trece capítulos estaban titulados con los temas de un álbum de Duran Duran. En Chamamé, los títulos de los capítulos se corresponden con la letra de Llamarada de gloria de Bon Jovi —y cada una de las tres partes de la novela termina con el estribillo—. ¿De dónde viene esta inclinación por lo que en otro lugar has bautizado como «política de titulación sensacionalista-cultural»? Y, sobre todo, ¿por qué Bon Jovi?

Bueno, ante todo, la “política de titulación sensacionalista-cultural” no es un término de mi autoría. Tengo entendido que así se denomina principalmente en periodismo a titular una nota con el nombre de otra obra reconocida; ya sea literaria, cinematográfica, musical, etc. Creo que los que empezaron con esto fueron periodistas de la Rolling Stone y . En mi país, el diario Página 12 siempre se destacó en su tapa con estos titulares. Mi vicio a la hora de titular viene de ahí, de comprar el Página; amén de que también esos títulos me sirven como disparadores o guías para poder estructurar una novela. El orden de la totalidad de temas de un disco o el verso a verso de una canción funcionan para mí. ¿Por qué Bon Jovi? ¡Porque me gusta! Posta. Todo un poeta el Jon. Si uno no es diabético puede escuchar tranquilo esos lentos sin temor a morirse por exceso de azúcar… Cuando pensé en usar la letra de un tema y que las veces en las que se canta el estribillo me sirvieran para marcar los finales de las tres partes en las que iba a estar dividida la novela fue todo un asunto encontrar la canción y el intérprete. Blaze of glory fue hecha para el soundtrack de un westernYoung Guns II- y tiene esa marca de Bon Jovi como autor. Ese constante abuso del reproche en su temática. Al Perro, el narrador de Chamamé, le venía como anillo al dedo esa característica confesional y de reproche. Y a mí, a la hora de escribir, el punteo de guitarra en la intro del tema, ese coqueteo con el bluegrass, me daba un ritmo y un clima que me motivaban.



La estructura narrativa de la novela, por otra parte, no responde tanto a la de los géneros que hemos mencionado sino que está más bien barajada como una película de Scorsese o una serie televisiva…

En mi primera novela, Siete & el Tigre Harapiento, siempre sostuve que uno de los motores para escribirla fue Pandillas de Nueva York; que me atraía esa idea de hacer un recorte en el tiempo, en lo que es la línea histórica, y contar un suceso del pasado que aún hoy sigue vigente, mal que nos pese. Ahora que lo mencionás, Chamamé tiene algo de Buenos Muchachos como el Perro también cosas del Henry Hill de Ray Liotta. Admiro la filmografía de Scorsese. Sí, soy fan. Creo que a él, como a mí y como a tantos, nos hicieron mierda con la religión. Nos hicieron creer en la culpa del pecado y en cargar cruces que aún hoy nos son pesadas… Chamamé –aunque transcurra ahora- para mí tiene un look setentoso. Es un híbrido de las comedias ruteras de Burt Reynolds y Sally Field –las de la saga de Smokey & the bandit- con una película densa como La fuga del loco y la sucia. Y la estructura de la novela de poner en los capítulos pares la acción actual dejando para los impares los flashbacks con las historias de los protagonistas obvio que lo saqué de Lost. El episodio de la primera temporada en el que se presenta al personaje de John Locke es una lección de cómo narrar una buena historia.

Junto a estos guiños culturales que recorren la novela, ¿qué referentes más específicamente literarios pueden encontrar en ella tus lectores?

El capítulo XVI, el del diálogo entre el Perro y el Pastor Noé en la estación de servicio, es un homenaje a Juan Terranova; un escritor argentino que utiliza esa técnica íntegramente en sus novelas El bailarín de tango y El ógrafo. Johnny la tomó a su vez de Manuel Puig, pero mis personajes tienen mucho más que ver con sus Micaela y Tamara o Mirko y Nemo. El Perro y Noé hablan como ellos. En el inicio de Chamamé me di el lujo de buscar cierta música en las palabras, un ritmo que experimenté cuando leí el Matemos a las Barbies del Mal de Muñecas de Selva Almada o cuando Julián López en su Bienamado –citando a Herbert Vianna- escribe “nada dice, nada describe, nada habla, nadie vive”. Mis “nunca empiezan, explotan, de una” también salen de haber leído el trabajo de Federico Levín en Igor. A esta altura de mi laburo creo que mi búsqueda me lleva a lo ya transitado por autores como Juan Diego Incardona y sus Crónicas de Villa Celina, Ariel Bermani en Veneno o Pablo Ramos en El origen de la tristeza. Me arrimo a ellos en la balada de Julia & el Perro o en mis frentokis & ‘tate quietos. Si alguien quiere saber quién soy y que hago en mi literatura, el capítulo de los diez mandamientos del buen chorro -el del cover de Ciega sordomuda en la ruta- creo que es el que mejor me define.

¿Alguna lectura reciente recomendable?

Los últimos libros de Alberto Laiseca (Sí, soy mala poeta pero…; el Manual sadomaso o), Guillermo Orsi (Buscadores de oro) y Ernesto Mallo (El delincuente argentino). La obra de Albert Sanchez Piñol. Una novela de mil páginas de David Wapner. Un dulce olor a muerte de Guillermo Arriaga. En cómics no se puede creer lo que hace Manu Larcenet tanto en Los combates cotidianos como en La línea de fuego o en su historia con Freud analizando a un perro que habla y que busca tener un alma. Las Teenage Mutant Ninja Turtles de Kevin Eastman y Peter Laird y el imprescindible Blacksad de Juan Díaz Canales y Juanjo Guarnido.



¿Hay vida después de Chamamé?

…y hay más muertes. Pobre Ramón: le sigo cajoneando Canciones…Empecé a escribir una nueva novela, Gólgotha. Pienso contar la historia de un policía criado en una villa miseria del conurbano bonaerense en dónde se lo conoce como “Calavera”. El tipo es corrupto. Está acostumbrado a las agachadas diarias que ve en la calle; hasta que un día trona ante la muerte de una adolescente, prácticamente una nena, que se desangra después de realizarse un aborto clandestino. “Calavera” sabe que tiene el poder en sus manos de jugarla de juez y verdugo. Que la chapa le da la impunidad para hacer supuestamente justicia cometiendo otro crimen. Quiere matar a la mujer que le hizo a la piba el aborto y también al flaco que la dejó embarazada. El tema es que por más que sea un representante de la ley, por más que sea un policía, si se mete con alguien de la villa, se está metiendo con LA VILLA. Y van a ser más de uno los que se la van a jurar tatuándose los cinco puntos de un dado. Gólgotha va a tener la estructura del rezo del rosario en su antigua concepción, la de tres misterios. No la reciente, la de cuatro. Voy con la de tres porque esa fue la que me enseñaron cuando era chico. Tres tipos de misterios. Tres partes. Cinco capítulos en cada una. Así van a ser las escalas del viaje de mi sargento Roman Centurión. “Calavera”. Gólgotha es su boleto de ida al infierno.
Publicada en la revista española La marmitácora en su número de julio con el título "Llamarada de Prosa".